Julio Fernández Peláez
Falleció Nel Amaro y nos dejó conmocionados. Esperábamos su llegada al hotel, pero antes de que el tren se colocara en la estación las noticias de su fallecimiento se amontonaron en nuestro correo electrónico.
Nel venía a Poéticas para unha vida, un festival de poesía experimental y de acción que se celebra cada primavera en la ciudad de Vigo, organizado por Inaudita.org y producido por el Museo Verbum-Casa das palabras. Nel había sido invitado por la organización y él generosamente había aceptado, proponiendo para la ocasión dos acciones para llevar a cabo en ámbito urbano.
La primera de ellas era muy simple. Nel se colocaría delante del Museo Marco con un cartel adosado al pecho en el que se tendría que leer: “Por favor, no me encierren en un museo”. Nel tenía previsto estar durante al menos dos horas, de pie y en actitud estatuaria a las puertas de este prestigioso museo dedicado a la exposición temporal de obra contemporánea.
En la segunda acción, Nel pretendía recorrer las calles de Vigo, con cencerros alrededor de su cuerpo y gritando: “Que vienen los lobos, que vienen los lobos…”. Se había previsto que el camino seguido fuera desde el centro de Vigo a la playa de Samil, donde se sitúa el Verbum.
A Nel, a pesar de su indómita genialidad, será imposible encerrarlo ya en un museo, y en consecuencia tampoco a su obra, porque ella y él eran inseparables, coincidentes en el hecho viviente del arte de acción. Quedarán, eso sí, y por fortuna, documentos de su paso, de su quehacer político, sí, político, pues sólo desde un punto de vista crítico y humorístico del mundo se puede entender y compartir su obra. Algo relativamente sencillo para quienes seguíamos sus pasos, siempre cómplices de sus “travesuras sociales”.
Es extraño, hace unos días y en sueños escuché los cencerros de Nel recorriendo las calles. Su sonido traspasaba la ciudad y se convertía en aullido salvaje, capaz de atravesar fronteras y llegar incluso a los oídos del Fondo Internacional. Ahora que sabemos que los lobos han llegado, que los lobos acechan a nuestra puerta con nombres semejantes a “Economía” y con apellidos tales como “crisis”, “paro”, “especulación”, “corrupción”, etc. resulta que Nel se ha retirado a descansar y se ríe de los lobos. Hace tiempo que los poetas dejaron de representar la realidad para denunciarla, su lucha no está en el teatro que el poder financiero permite ver —para que la gente pierda poco a poco su sensibilidad cada vez que se asoma a un telediario—, su lucha está en la vida a secas y de verdad, en la calle.
La desconfianza no sólo reina en lugares exóticos. Hasta no hace mucho, aquí, y desde una cómoda butaca, recibíamos las noticias del hambre y de la guerra sin apenas incomodarnos, pero eso se acabó. Ahora, la desconfianza ha entrado como la carcoma en la madera de nuestro mueble-bar, y la mirada se vuelca sobre nosotros mismos, hasta permitirnos ver cómo nuestra vieja piel de lobo se vuelve de cordero, a punto de sufrir las consecuencias de salvajes actuaciones imprevistas y globales.
Nel Amaro se fue y no queda mucho por decir, sólo esperar que sus acciones tengan continuidad en otros accionistas con cencerro, capaces de apostarse concienzudamente a las puertas de los museos, y de pasear por los escaparates con la agudeza de un especialista en palabras fugaces. Sus greguerías visuales quedarán reflejadas, tarde o temprano, en enciclopedias poéticas, pero su sensibilidad —inyectada mediante acciones vitales— necesitará de las venas de otros poetas para poder brotar con la misma fuerza y originalidad.
Atrévanse a seguir su estela. Las herramientas de Nel siempre fueron asequibles, populares, podríamos decir. Él demostró una y otra vez que no son necesarios grandes rudimentos para decir lo que se tiene que decir, quizá porque sabía de antemano que en lo concreto se encuentra lo sublime, aquello que a primera vista se nos escapa y que, sin embargo, no nos abandona nunca.