Número 15. Septiembre de 2005

Hablamos con Teatro del Norte

Roberto Corte


Moisés González, Javier Expósito, Etelvino Vázquez, Ana Díaz Morán y Ana Vázquez, en ropa de faena ante su local de ensayos en Lugones.

El cuartel general del Teatro del Norte está en Lugones, Asturias, en una bonita casa y los locales que la acompañan, en Conde de Santa Bárbara, 58. Allí, durante estos veinte años, se almacena el atrezzo, el vestuario y los bártulos del repertorio; se idean, se discuten y se elaboran los espectáculos; se preparan las jornadas y muestras organizadas por el grupo; y desde allí, también, se administra la compañía. El Teatro del Norte archiva cuidadosamente sus trabajos y todo el espacio contiene los elementos que nos permiten seguir su itinerario. La sala de ensayos es el centro neurálgico de operaciones –siempre en ejercicio– y el laboratorio donde a través del esfuerzo se materializan los deseos. El resto del equipamiento son las habitaciones, la cocina, el garaje y el despacho, el lugar donde el 29 de junio, al lado de un café, conversamos con los actores. El cuadro artístico que ahora consolida el equipo: Ana Díaz Morán, Ana Vázquez, Moisés González y Javier Expósito. Y con su director, Etelvino Vázquez. Con la notable ausencia de Ana Eva Guerra, una de las actrices principales que, por motivos personales, no ha podido asistir.

Los actores

LA RATONERA.- Para comenzar sería importante que nos contaseis vuestros antecedentes. Los que se refieren a la formación y a vuestro encuentro con el teatro, hasta vuestra llegada a la compañía.

ANA VÁZQUEZ.- Yo empecé en el Instituto del Teatro, en Gijón, y acabé en el 2003. También estuve con el Teatro Doble en un par de piezas infantiles, y en Las tres hermanas, otra de sus obras. Y ahora llevo aquí dos años y pico. Así que todavía no tengo mucha experiencia. Y, como comprenderéis, tengo muy poco que contar.

ANA DÍAZ MORÁN.- Bueno, yo también estuve en el Instituto del Teatro y, aunque empecé en la promoción anterior, acabé al igual que Ana en el 2003, pero he de decir que, por razones que ahora no vienen al caso, me distancié un poco de la escuela. Empecé como profesional en la compañía Factoría Norte con La niña de la nube, que hice en el 99, para seguir con una sustitución en NunTris, en el Calderón que dirigió Eduardo Usillos. Pero en el 99 participé en Infiesto como alumna en uno de los cursillos del Teatro del Norte, y ahí fue donde comenzó el "idilio" que tengo con este grupo, que me dura hasta hoy y que espero que se mantenga en los próximos años. Javier y yo empezamos a la vez y lo primero que hicimos fue Solos, que estrenamos en diciembre del 2000. Después participamos en el resto de los espectáculos.

MOISÉS GONZÁLEZ.- Mi comienzo en el teatro se realiza con grupos no profesionales. Primero en Langreo, en el 84, con el grupo Kumen, y después con Oris. Hasta que ya en el 93 me uno al Teatro del Norte con Tierra a la vista.

JAVIER EXPÓSITO.- Yo empiezo en la Universidad Popular, en Gijón, en uno de los talleres de Felipe, para después seguir durante un año en el grupo de la ONCE, también con el mismo director. Fui al Instituto de Teatro, pero lo dejé en segundo. Hasta que en el 99, por mediación de Mayra Fernández, estuve viniendo todos los domingos durante dos o tres meses a Lugones y hasta hoy. Y también estuve con Enrique Villanueva en Jacques y su amo.

LA RATONERA.- Desde fuera se entiende al Teatro del Norte como una compañía que tiene otra forma de entender la profesión, una manera distinta al resto de las compañías al uso. Contarnos un poco vuestra relación con el grupo en función de las experiencias personales.

ANA VÁZQUEZ.- Bueno, yo es que ya desde muy pequeña siempre fui aficionada al teatro. No sé muy bien por qué, pero esto me atraía, me gustaba. Aunque antes dije que empecé en el ITAE, en realidad lo hice en el instituto. Me llamaban los escenarios y decidí formarme. Así que en mis comienzos no hay ninguna otra razón de peso, más que la mera vocacional como le ocurre a tantas otras personas. Mi contacto con el Teatro del Norte fue también en los cursos de Infiesto, durante el segundo año. Me llamó mucho la atención su método de trabajo. Y lo que resalto ahora, entre otras muchas cosas, después de dos años en esta casa, es la atención que se le presta al entrenamiento diario. El hecho de que no tengas que tener como excusa el realizar una función para poder ensayar, es muy importante. Aquí hacemos teatro todos los días y cada uno tiene su trabajo en equipo y su entrenamiento personal.

ETELVINO VÁZQUEZ.- Con Ana hubo una experiencia muy particular que no se dio con el resto del equipo. Estuvo casi un año trabajando sola. En Infiesto nos habíamos fijado en ella y vino con la idea de sustituir a Ana Morán en Hotel Europa, pero, como nos replanteamos nuevamente el trabajo y después no entró en el reparto, la pobre se quedó un poco apartada, y... sola. Digo esto porque lo que parece que en un principio es muy negativo, a la larga se convierte en algo positivo. Así como Ana Morán y Javier fueron sometidos desde el principio a participar en los espectáculos por inminentes razones de producción, lo que fue bastante duro, con Ana Vázquez ocurrió lo contrario, y cuando pasamos a ensayar El viejo celoso ya llevaba un año, con todo el entrenamiento a su favor. Así que en realidad fue ella quien dio los "pasos" adecuados para una mejor incorporación.

LA RATONERA.- Siempre se hace hincapié en la importancia que tiene el entrenamiento diario para el buen resultado del trabajo. Sin embargo son muy pocos los espacios donde se puede practicar este modelo. El Teatro del Norte es toda una excepción.

ANA DÍAZ MORÁN.- Claro. Es que, cuando te dedicas a esto, lo primero que te preguntas es en qué lugar se puede hacer teatro todos los días. Algo que aquí, en Asturias, es muy difícil conseguir. Yo recuerdo que el primer papel que representé en mi vida fue Filomena Álvarez Rodríguez, alias la Revirada, personaje de Un xuiciu faltes, y fue en la escuela. Yo era un poco "payasina" y, tras hacer la Selectividad, mi hermana me recordó que en algún momento había dicho que deseaba ser actriz. Así que fui al ITAE. Lo que ocurre es que en segundo o tercero es cuando se me cruza el curso de Infiesto. Había oído hablar mucho de Etelvino Vázquez e iba con un poco de miedo. Pero aquel encuentro me marcó de veras. Después empecé con el grupo pensando que se trataba de un espectáculo más, pero al momento me di cuenta de que el planteamiento de trabajo era distinto al de otras compañías. Se trataba de trabajar para aprender y con unos resultados muy a largo plazo. En Solos, como Etelvino acaba de decir, fue muy duro. Yo combinaba el ITAE con los ensayos a un ritmo enfebrecido. Ahora bien: ¿qué es lo que nos "engancha" y nos hace seguir aquí? Pues no lo sé, y es algo que siempre me lo pregunto. Llegaba septiembre o enero y yo siempre decía "Telvi, me marcho". Así que en una de esas "ausencias" apareció Ana, a quien desde entonces le tengo mucho aprecio. También lo que más me motiva en este trabajo es la búsqueda de cosas nuevas y la manera que tenemos de "criticarnos".

LA RATONERA.- Moisés, eres el que más experiencia tienes en esta compañía. El cambio en tu vida fue muy importante al entrar en el Teatro del Norte. Aquí has encontrado tu profesión y la manera de ejercerla al completo, en todas las facetas. No sólo recibes cursos sino que los impartes, como también hace alguno de tus compañeros. El Teatro del Norte además es una escuela, un laboratorio, y un equipo que organiza jornadas con temas relacionados directa o indirectamente con el teatro, como pueden ser los encuentros "Mujeres y escena". Háblanos un poco de todo ello.

MOISÉS GONZÁLEZ.- Empecé medio en broma con el teatro en La Nueva, como dije, en el grupo Kumen. Primero como espectador, viendo los ensayos, hasta que me proponen incorporarme al equipo como intérprete. Tenía dieciocho años y representábamos piezas de diferentes autores, aunque predominaban las obras de Alonso de Santos. Estudiaba para ingeniero técnico de minas, y al acabar los estudios tuve que optar entre dedicarme profesionalmente a ello o seguir con el teatro. Y me decidí por el teatro. Ya era un poco mayor para matricularme y adquirir formación en una escuela y, por otra parte, tampoco me apetecía demasiado. Lo poco que había leído sobre teoría teatral me decía que lo importante era empezar a trabajar en una compañía estable, a la antigua usanza. Había visto todos los espectáculos del Teatro del Norte, algunos varias veces, así que comencé en el laboratorio y, a los dos meses, al necesitar intérpretes, empecé con los espectáculos. Pero lo que me gustaría resaltar –y quizá es algo sobre lo que he reflexionado poco– es que a mí me tira lo de la pedagogía. Es decir, todo lo que haga referencia al aprendizaje del oficio. Como actor, pero también por lo que conlleva como aprendizaje del hecho teatral en sí. Aprender experimentando, que es algo que sólo se puede dar aquí, y además hacerlo con alguien a quien se le puede consultar porque tiene muchísima experiencia. Cada espectáculo y cada trabajo realizado, tanto los individuales como los colectivos, siempre te abren una vía de conocimiento que, a lo mejor hasta ese momento, y quizá porque uno todavía no está lo suficientemente despierto para entenderlo, supone un nuevo problema y una nueva ampliación de la técnica. Así que mientras yo siga necesitando de este aprendizaje supongo que continuaré en la compañía. También es cierto que el Teatro del Norte es el único grupo profesional con quien he trabajado. Pero por lo que me cuentan compañeros de otras compañías y amigos que se van a Madrid, y lo difícil que resulta abrirse un hueco en la profesión, he de decir, que me considero muy afortunado.

LA RATONERA.- Javier, háblanos un poco del trabajo diario. Cómo se aborda la construcción de los personajes y las fases por las que pasa el montaje de los espectáculos.

JAVIER EXPÓSITO.- Bueno. Antes de nada quiero decir que, la primera vez que vi una pieza del Teatro del Norte fue Sueños negros, ya hace muchos años, y que yo también quería ser actor como tantos otros. No me enteré de nada pero me quedé fascinado con la función. Parece un poco contradictorio pero ocurrió así. Después seguí la trayectoria de la compañía. El trabajo diario que realizamos está muy relacionado con las representaciones, al margen del entrenamiento particular. La construcción de los personajes depende un poco de los textos seleccionados, y siempre se levantan desde la tabla, en los ensayos, es decir, sin previo trabajo de mesa. Generalmente a base de improvisaciones. No hay trabajo psicológico. Al contrario de lo que la gente se cree, aquí es todo muy físico.

ANA DÍAZ MORÁN.- Es curioso pero ocurre así. Las personas de fuera se hacen a la idea de que aquí hay mucha psicología, mucho trabajo mental, y no es cierto. Lo que hay al paso de los años, y esto es importante decirlo, es que manejamos un mismo lenguaje. Y no necesitamos dirigirnos permanentemente al director en busca de su aprobación. La ventaja que tiene este tipo de compañía, este modelo de trabajo, es que a medida que pasa el tiempo se forja un lenguaje de entendimiento. Y es algo que viene dado por tratarse de una compañía estable de ejercicio permanente.

JAVIER EXPÓSITO.- Claro, eso es consecuencia de tener un espacio y un método de trabajo continuo. Y es algo primordial.

LA RATONERA.- Como el Teatro del Norte es también un poco escuela, supongo que la diferencia entre una escuela tradicional y el Teatro del Norte es abismal.

ANA DÍAZ MORÁN.- Sí y no. Son cosas diferentes. No se trata de estar a favor de unos y en contra de otros. Por ejemplo, aprender a "fijar", a fijar movimientos, aprendí aquí, y eso que venía de un tercer curso, fíjate. En la escuela di mis primeros pasos, pero hay también una disciplina y una disposición para después poder trabajar. No debemos olvidar que allí también todos los días se hace teatro. La diferencia es que aquí se representa. El Teatro del Norte es una compañía en permanente evolución porque tiene repertorio, y cada pieza es distinta, con propuestas para autores clásicos y otras para espectáculos más contemporáneos.

MOISÉS GONZÁLEZ.- Algo importante que cabe añadir es que todos los que estamos aquí hemos tenido experiencia en representar personajes muy diferenciados, y eso es algo que no todo el mundo puede decir. Etelvino nos ha hecho lo suficientemente "maleables" como para interpretar personajes cómicos y dramáticos.

ANA VÁZQUEZ.- Yo quisiera también apuntar, para cerrar este apartado dedicado a los actores, que me he sentido muy sola trabajando en el "rincón oscuro", aislada, apartada del resto de la compañía mientras ellos preparaban los espectáculos. Pero que al final –y esto es algo que digo de verdad–, al final, ha merecido la pena. Y bueno, pues, que me siento muy contenta.

JAVIER EXPÓSITO.- Lo bueno de trabajar solo es que es la prueba de fuego de la voluntad y de la constancia.

ANA DÍAZ MORÁN.- De cualquier manera han sido Etelvino y Moisés, con sus consejos y trabajo, los que nos han dado la fuerza para seguir adelante.

El director

LA RATONERA.- Y ahora vamos a centrarnos en el director. Sabemos que la vocación teatral de Etelvino Vázquez se remonta a la infancia. Recuerdo que su madre, a los que veníamos por aquí hace veinte años, siempre nos contaba que a Telvi lo del teatro le venía desde siempre, como de "nacimiento". Háblanos un poco de los orígenes de tu afición.

ETELVINO VÁZQUEZ.- Bueno, en realidad yo diría que mi vocación teatral es un poco tardía. Recuerdo que al teatro Campoamor no fui hasta los diecisiete años. Pero tuve un padre que siempre me llevó al circo, así que mi primera vocación fue circense. La vocación teatral se la debemos a la iglesia y al Concilio Vaticano II, que fue un elemento decisivo, a través de unos curas modernos, postconciliares, que trajeron a la parroquia de Lugones. Yo iba al colegio a Oviedo, pero mi vida social se desarrollaba en Lugones, en ese momento en que las cosas empezaban a cambiar. Lugones por aquel entonces también tenía dos cines.

LA RATONERA.- Pero lo del circo, ¿en qué consistía?

ETELVINO VÁZQUEZ.- Yo hacía y montaba el circo aquí, en mi casa, y hacía lo que veía en el Circo Americano. Tenía trapecio y todo. (Risas de todos los presentes.) Y hasta cobraba entrada por verme. Recuerdo que por aquel entonces en Lugones había muchos niños. Pero mi curiosidad por el teatro empieza en mi infancia con Rosario Trabanco, que venía hasta dos veces al año con la Compañía Asturiana de Teatro. Así que el primer teatro que veo es en asturiano. Después mi madre me compra un libro con obras cortas de Pachín de Melás. En aquel tiempo se forma La Cruz de los Ángeles y aquí vienen dos curas que, casualmente, también se llaman Ángel –uno es el que en Lugones conoce todo el mundo y otro el que se seculariza y vive en Oviedo–, que son quienes me animan a participar en los festivales del catecismo. Y lo hago en bable. Lo primero son piezas de Pachín de Melás, piezas como La herencia de Pepín, que era teatro dialogado para dos actores, que literariamente no es muy malo. Lo que ocurre es que, claro, a mis amigos del grupo, y a medida que pasaban los años, les empieza a gustar más jugar a la baraja que el teatro, y ahí acaba todo. Tendríamos unos diecisiete años. Yo ya empiezo a leer revistas como Primer Acto y a darme cuenta de que existe otro teatro. Y a través de un chico que pintaba y vivía en Lugones conozco a Javier Villanueva, más o menos sobre febrero del año 68. A Javier Villanueva lo habían echado del Ateneo de Oviedo y ahora estaba en la Casa del Estudiante, en un local al lado de La Nueva España. Estaban ensayando Escorial de Michel de Ghelderode, y a mí me dan el papel de un fraile que tenía una frase, pero la pieza no sale y Javier decide hacer algo más popular. Así que en el verano empezamos a ensayar El viejo celoso de Cervantes, ya en el salón parroquial de San Juan. Hago el papel del Compadre al lado de Victor, un actor muy bueno que hacía el del Viejo Celoso, y después seguimos con la Fablilla del secreto bien guardado, de Casona. Llegamos a actuar en El Fontán, Pola de Gordón y Olloniego. Y así empecé poco a poco a entrar en la familia teatral para después seguir en el Ateneo de Oviedo con Julio Rodríguez Blanco, y después en Gijón, al lado de La Máscara, que por aquel entonces estaban ensayando Antígona.

LA RATONERA.- ¿Llegaste a estar en La Máscara?

ETELVINO VÁZQUEZ.- No. Estuve muy cerca pero al poco La Máscara desapareció, ya que tenía una situación muy inestable. Después estuve con Santiago Sueiras y ya empezamos una nueva etapa con Caterva. Salimos del Ateneo y alquilamos un piso en la calle Garcilaso de la Vega. En esos años, claro, el teatro estaba muy unido a la vida. No sé si hacíamos teatro pero lo que hacíamos estaba muy ligado al contexto social y político del final del franquismo. Y de la Transición, que son unos años estupendos. El recuerdo que yo tengo de toda la gira que se hizo con el Ubú rey, en el año 75, es muy emotivo.

LA RATONERA.- Y con el Don Juan.

ETELVINO VÁZQUEZ.- Con el Don Juan también, pero eso fue en el 76, y aquello acabó como el rosario de la aurora. De todo aquello, la conclusión que ahora saco con la distancia que nos dan los años, es que éramos muy jóvenes. Daos cuenta de que con el Ubú rey se hicieron 160 funciones, y sólo 11 fueron en Asturias, el resto de representaciones transcurrieron fuera. En la pieza actuábamos cinco actores y hubo hasta dieciséis sustituciones. Sólo Javier, uno que era de Gijón, y yo, el padre y la madre Ubú, nos mantuvimos durante toda la gira. Fue un éxito que nos cogió por sorpresa, y para el que no estábamos preparados. En realidad éramos un grupo no profesional. Después, quizá también porque yo sentía en mi interior la necesidad de un cambio, formamos Margen, y ya más tarde, el Teatro del Norte, que supongo es mi grupo definitivo. Pero todos estos cambios son fruto de que uno tiene la necesidad de ir avanzando. Uno va leyendo, aprendiendo, y comprende que toda esta fase de "teatro de farsa y calamidad" toca a su fin, y el cambio se hace inevitable. Eran cambios que se estaban dando en todo el teatro que se hacía en el país, y también teníamos necesidad de realizarlos aquí. No había por qué marcharse fuera.

LA RATONERA.- Después viene Margen, que hace un teatro muy importante, también si quieres dentro de su contexto.

ETELVINO VÁZQUEZ.- Claro, ése era el momento. Pero el Teatro del Norte nace en el 85 con unos postulados, si quieres, más "postmodernos". Madrid estaba muy presente, la información sobre las corrientes de teatro contemporáneo llegaba como nunca a través de las revistas y de los festivales. Viene el Mahabhárata, y todo ese teatro de los grandes directores. Y no "copiar" o dejarse influenciar por aquello no tenía perdón. Tendrías que ser muy insensible. Lo que ocurre es que ahora han pasado veinte años y cabría reconsiderar muchas cosas. No es que hayamos perdido con respecto a aquellos años pero, a veces, da la impresión de que tampoco hemos avanzado.

LA RATONERA.-¿En qué sentido?

ETELVINO VÁZQUEZ.- Porque buena parte de aquel teatro experimental que se presentaba como muy prometedor en realidad se ha caído porque no tenía respaldo ni económico ni de público. Lo he hablado mucho con Ricardo Iniesta y una de las preguntas que él continuamente se plantea es cómo seguir haciendo un teatro que sea interesante para uno, para el grupo, y también para los espectadores, en estas condiciones. Algo que tenga presente nuestra evolución personal y que después, también, tenga salida en el mercado. Y una de las posibles respuestas es la que hace referencia a la subsistencia del grupo como una compañía que se dedique a la formación de actores más especializados, y, a la vez, mantenga una faceta creativa con algunas representaciones. Una especie de laboratorio. Aunque, quizá, en realidad, esto no sea más que otra fantasía. Pero bueno, toda mi vida ha sido una sucesión de fantasías, desde la construcción de mi propio Circo Americano hasta el presente... Y os puedo contar una anécdota al respecto. Ya de aquella, de niño, yo hacía mi circo, pero veía que mi circo no era como el de verdad. Así que para que se le pareciera más abría los portones del garaje y separaba el espacio de representación del espacio donde supuestamente estaban las roulottes y las caravanas. Así que nos vestíamos y también nos poníamos el albornoz para ir hasta la pista como lo hacían los circos de verdad.

LA RATONERA.- El circo era la vida.

ETELVINO VÁZQUEZ.- Claro. Una "fantasía moruna". De todas formas, ahora que empiezo a tener años y a hacerme mayor, lo que realmente me empieza a preocupar es que no me gustaría morirme sabiendo que lo que hice no tiene valor para alguien. Y de que todo este esfuerzo no ha servido para nada. Y estoy seguro de que hay mucha gente interesada en que así sea, y en que no tengamos contacto con el público. Algo que no debemos consentir, porque nuestro teatro puede ser mejor o peor, pero estoy seguro de que tiene su público, aunque sea reducido. De los escritores quedan sus libros, pero del teatro no queda nada, salvo el recuerdo que tengan los espectadores. Los intereses del mercado priman en los espectáculos sobre cualquier otro interés. Al teatro se le ha hurtado el valor de comunicación que se produce entre las dos partes, el público y la escena, y se le quiere reducir a una mera relación comercial como si de un supermercado más se tratase. Y esto es muy triste. Es una pena que en Asturias los responsables no se tomen esto más en serio.

LA RATONERA.- Lo que le ocurre al teatro en nuestra región le pasa a otras manifestaciones culturales. Quizá sean los tiempos que vivimos y éste el precio que tengamos que pagar por vivir en una sociedad materialmente exuberante.

ETELVINO VÁZQUEZ.- Sí pero yo no me quiero dejar engañar. Al igual que otro mundo es posible, otro teatro también es posible. Que no nos vengan a decir que es necesario que las personas del tercer mundo se mueran de hambre...

MOISÉS GONZÁLEZ.- Sobre la incidencia del teatro en la sociedad que tomen ejemplo de otros países de nuestro entorno europeo y se pregunten por qué allí el teatro tiene espectadores y aquí no. Que se aprendan el camino recorrido y las medidas que cabe seguir. Que las encuestas nos digan que el 63 % de los españoles no fueron nunca al teatro, y que ningún político se tome el problema en serio, es muy preocupante.

ETELVINO VÁZQUEZ.- En fin, de cualquier manera podemos sentirnos unos afortunados. Tenemos la suerte de seguir haciendo lo que nos gusta, y esto es muy importante. Ahora que estoy grabando en el estudio el apartado musical del próximo espectáculo, al hablar con los profesionales de ese gremio, me doy cuenta de la cantidad de grupos musicales que hay en nuestra región, con proyección nacional, y a los que aquí tampoco se les toma en serio. Ahora que se habla tanto de los recursos sostenibles qué mejor que prestarles un poco de atención al menos a ellos, que tienen seguimiento entre la juventud.

LA RATONERA.- De toda la historia del Teatro del Norte, ¿hay alguna etapa definida que se pueda resaltar?

ETELVINO VÁZQUEZ.- Es que vosotros tenéis una visión del grupo que no es la que yo tengo. Centráis toda la atención sobre mí, pero yo no soy nada sin la gente que tengo alrededor. Lo que ha determinado mucho la historia de esta compañía es la gente que ha pasado por ella. Los miembros que la componen. Porque de lo contrario yo bien hubiera podido dedicarme a realizar espectáculos con grupos de fuera, que ofertas de trabajo no me faltan. Así que para mí han sido muy importantes las personas que han pasado por esta casa. De todas formas yo diferenciaría como tres etapas. En la primera, la que dio comienzo al grupo, éramos muchos y la cosa apenas cristalizó. Después, durante los noventa, empezaríamos la etapa siguiente, la segunda, y, a partir del 99, esta última, que se presenta como la más sólida. Pero hemos pasado por momentos muy bajos, muy difíciles, como en el 95, en la que sólo estábamos Moisés, Ana Eva y yo. Quizá lo más doloroso de todos estos años ha sido perder a los miembros de la compañía, ya que siempre he tratado de que nadie se fuera para tener el grupo estable. Pero hay otro motivo importante que conviene decir porque también ha determinado que la compañía fuera de una manera y no de otra. Y es que yo, durante diez años, he dado clase en el instituto de teatro de Gijón, en el ITAE, y esto dice mucho de la procedencia de los intérpretes. Ahora, afortunadamente, hemos incrementado el número de representaciones y el grupo ha ido creciendo. Aunque por cuestiones de edad, yo ya soy mayor, y es algo que les digo a los actores, cada día que pasa vamos a estar como un poco más separados. Es casi una necesidad biológica. Yo noto que cada vez me gusta más escribir. Actuar me da mucha pereza. Ahora los jóvenes, que son ellos, son quienes tienen que tener la energía que yo tenía a su edad. Creo que lo importante es crear un núcleo de personalidades fuertes, que cada uno vaya buscando su campo y encontrando su especialidad. Eso será lo que a la larga nos haga fuertes, nos dé continuidad y esa versatilidad de la que hablaba Moisés. Se trataría un poco de huir del "etelvinismo" –que diría Díaz-Faes–, y que cada uno tenga su estilo.

LA RATONERA.- Algunos de los espectadores del gremio han achacado al Teatro del Norte un estilo muy personal que desdice de los espectáculos que Etelvino Vázquez monta con otros grupos. Es decir, hay muchas personas que dicen que eres uno de los mejores directores que tiene este país, pero cuando trabajas para otras compañías, no con el Teatro del Norte. Sobretodo lo dicen pensando en la primera etapa de la compañía, puesto que esta última es más clásica o convencional.

ETELVINO VÁZQUEZ.- Todos los espectáculos tienen que ver con lo que nos pasa a nosotros, es decir, a los miembros de esta compañía, en el momento en que se trabajan. Y siempre todo va un poco en función de nuestras posibilidades. Cuando hicimos El viejo celoso es porque habíamos tenido la experiencia de trabajar con Ferruccio Merisi y así acercarnos a la Comedia del Arte. Y cuando montamos Antígona fue porque estaba Elisa, que era una actriz que podía desempeñar muy bien ese papel. Así que las razones vienen un poco impuestas no tanto por mi voluntad, como por nuestras posibilidades. Aunque es cierto que hubo algún que otro espectáculo, como puede ser Doña Rosita la soltera, en el que yo ya había pensado desde siempre.

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