1 de diciembre: GRITA…¡TENGO SIDA!-VII
Magda Labarga
Hay una cueva en Argentina, la Cueva de las Manos, en la que seres humanos de hace miles de años dejaron en la roca la huella de sus manos. Dejaban la silueta en negativo, soplando la pintura a través de pequeños huesos de animales. Algunas siluetas están superpuestas, las manos se tocan. La Cueva de las Manos nos muestra gestos que atraviesan el tiempo convirtiéndose en un misterio: ¿por qué dejaron esas huellas?
Gestos. Un cuerpo se mueve y en ese movimiento “leemos” estados de ánimo o intenciones. Un gesto cuenta cosas, comunica. Hay gestos que sólo pertenecen a una cultura, hay otros que todos podemos entender. Mostrar la palma de la mano es uno de esos gestos más o menos universales: cuenta que no tenemos nada que ocultar. Fueron palmas abiertas las que marcaron las paredes de la cueva.
Una mano abierta se tiende hacia alguien o algo. Puede querer agarrar, sostener, acariciar o tocar. Si la palma está hacia arriba puede ser que se tienda para recibir, pero también para ofrecer.
En la sala Cuarta Pared, Dante A.C. y los alumnos de la Escuela de la Sala coordinados por Adolfo Simón, montaron el 1 de diciembre, Día Mundial del SIDA, una instalación que reunía dibujos, esculturas, grabaciones, poemas, escritos, objetos, hechos por niñas y adolescentes. Niños y adolescentes hicieron un gesto.
Entrar en la instalación suponía otro gesto.
Creo que, a menudo, las personas adultas escuchamos lo que los y las más jóvenes nos dicen como si no tuvieran nada importante que decirnos, o como si ya lo supiéramos todo. Pero el 1 de diciembre había que escucharles. Y fue un gusto hacerlo.
De todas las piezas expuestas en la instalación, una se me ha quedado grabada. Era algo así como una jaula de alambre que contenía una vela apagada. Una lámpara. Los alambres se tendían hacia el exterior y formaban una mano. Una mano abierta y tendida hacia fuera.
¿Por qué recuerdo precisamente esa pieza y no otras? Creo que esa pieza resume toda la instalación. Todo lo que querían contarme. Me dice: lo importante es tender la mano. Toda la instalación es una petición: me piden que no deje de lado a nadie, que ninguna persona quede sola en la oscuridad. Me dicen una y otra vez que lo importante es tender la mano.
En estos días he conocido la obra de un poeta. Pasó como sucede tantas veces: conoces a alguien y con esa persona entran en tu vida músicas, libros, gestos, gente y voces nuevas. Así es como he conocido la obra de Kirmen Uribe: me fue entregada por alguien querido. El libro de poemas se llama Mientras tanto cógeme la mano. Los tres últimos versos del poema Visita dicen así:
“Mientras tanto cógeme la mano, decía,
no quiero promesas, no quiero disculpas,
tan sólo un gesto de amor.”
De eso exactamente se trata, pienso. De un gesto de amor. La instalación lo es. Un gesto amoroso, una mano que se tiende en el vacío dispuesta a coger otra.
Las manos de la cueva podrían estar ahí por muchos motivos. Podrían tener que ver con un ritual. Podrían ser el resultado de una celebración. Podrían querernos decir sencillamente que aquellos a quienes pertenecieron estuvieron ahí, que existieron. Ser un testimonio. Los seres humanos necesitamos dejar testimonio de nuestro paso por la tierra. Henning Mankell habla de esta necesidad en Moriré pero mi memoria sobrevivirá. Habla de “libros de recuerdos” escritos por enfermos de sida para que sus hijos puedan recordarlos. Escribir también es un gesto. Pasa el tiempo y el resultado del gesto permanece mientras los cuerpos que lo hicieron desaparecen para siempre. En la Cueva de las Manos vemos ese rastro misterioso. Y bello. No poseemos la clave que nos permitiría descifrarlo. Vemos huellas de manos. Huellas que se superponen a veces como si las manos se hubieran tocado. Manos de hace mucho tiempo que acariciaron, recibieron, ofrecieron, señalaron, golpearon, arrojaron, empujaron, sostuvieron, frotaron, pellizcaron, exprimieron, hurgaron, pintaron, fabricaron…
Hoy, en mi memoria, las manos de la cueva y las piezas de la instalación se relacionan. Cueva y sala de teatro: lugares donde quedan rastros, viven gestos. Lugares escogidos para comunicar algo. Testimonios permanentes o efímeros del movimiento de los cuerpos. No tengo manera de saber qué querían decir los seres humanos de la cueva. Pero he recorrido la instalación y sé lo que quieren contarme los niños, niñas y adolescentes que han participado: demandan de mí un gesto de amor. No puedo hacerme a un lado frente a eso. Tengo que escucharles. Tienen algo importante que decirme. Tiendo la mano.