Roberto Corte
Hay ya en el teatro asturiano una combustión de supervivencia. Aunque su estado natural es de por sí precario y su apariencia imperturbable, la crisis va desmantelando subrepticiamente la más que humilde arboladura de las producciones. Y si todavía hay quien piensa lo contrario… tiempo al tiempo, el futuro inmediato nos lo revelará. Aquellos que ingenuamente sostienen que “el hambre agudiza el ingenio” no saben todavía lo que el “ingenio” necesita de la economía preestablecida. Bien es cierto que en el arte no hay líneas directas que relacionan los dineros con las calidades —las cosas son, afortunada o desgraciadamente, casi siempre más complejas—, pero sí una constante muy poco variable que relaciona la profesionalidad de los resultados con los medios empleados para conseguirlos. Así que no nos será difícil comprender que a unas premisas financieras insignificantes les corresponderá un teatro con espectáculos de elenco reducido (a poder ser dos intérpretes mejor que tres y uno mejor que dos), escenografías de espacio vacío sin espíritu Peter Brook, producciones empobrecidas sin vocación Grotowski y una escritura de complemento tan liliputiense como monologante. Y todo esto sea dicho a sabiendas de que todavía, hoy por hoy, algunos montajes del repertorio profesional asturiano parecen desmentirlo. Pero en fin, o mucho dan de sí las paradojas o todo apunta a que en 2012 todo irá a peor, teatralmente hablando. (Sí, ya sé que pasa lo mismo con otras profesiones, pero eso no consuela.)
En otro orden de cosas el 2011 concluye con espectáculos para todos los gustos. Y no podía ser menos. Variopintas son las personas y los grupos, y múltiples los intereses. Suele ocurrir igual en todas partes. Cada compañía tiene su línea de trabajo, sus hábitos de estilo y repertorio. Como alguna de las piezas estrenadas fueron en su momento reseñadas en esta revista, obviaré el mentarlas. De otras de las que todavía nada se ha dicho suscribiré unas palabras para que el lector interesado disponga de más información. Siempre a sabiendas de que la mayoría de los comentarios ya van a destiempo, fruto de mi escurridiza memoria y con la única ayuda de una agenda de bolsillo donde habitualmente apunto mis impresiones.
Abrió el año 2011 el estreno de Gaviota 2.1, el 14 de enero, del grupo que por aquel entonces se llamaba Fridonia y ahora es Teatro del Cuervo, bajo la dirección de Sergio Gayol. El célebre y emotivo texto de Chéjov se presentó en un espacio rectangular de linóleo con vetas marmóreas, cuatro columnas de metacrilato iluminadas para la ocasión con colores de ambientación muy posmoderna y música jazzística en directo (piano, batería y cantante), que otorgaba una buena unidad tonal a la adaptación. Aunque el principal problema se evidenciaría en la interpretación, que para mi gusto fue un tanto “levantada” o “fuerte” en casi todos los personajes. A excepción de la Masha de Ana Bercianos que, pese a sus cortas intervenciones, sostuvo una naturalidad muy oportuna y excelente. Pero si la contextualización de ambientes contemporáneos fue en general un acierto del director, no ocurrió lo mismo con la adaptación del texto, que puntualmente recayó en extravagancias. Cambiar las alusiones que hace el libreto original a Tolstói por Vargas Llosa no ayuda a recodificar la poética chejoviana, sino que la distancia, la frivoliza y, en algunos momentos, la ridiculiza. Al igual que ocurre cuando se habla de que “apaguen los teléfonos móviles” o se menta al “cine y la televisión”. Aunque todo esto son frases muy excepcionales en la función, claro. Resumiendo: Gaviota 2.1 de Sergio Gayol es un Chéjov que se apunta un tanto rebajado. Sin que lo dicho merme un ápice su interés, todo lo contrario: es precisamente lo arriesgado de la adaptación y el cuidado y esmero con que se ha construido la propuesta lo que la hace recomendable. Porque la pieza se sostiene. Y se trata de una producción profesional de gran formato con músicos incluidos. A pesar de que el texto, evidentemente, esté reducido y adaptado para cinco intérpretes.
En el Teatro de la Laboral, el 30 de marzo, pudo verse uno de esos talleres de la ESAD que se recuerdan para siempre: Tres sombreros de copa, de Mihura. Un nutrido elenco de alumnos y profesores que cantan y actúan dando lo mejor de sí, que también es lo mejor para los espectadores, aunque en su mayoría sean amigos y familiares de los implicados. Da gusto dejarse llevar por la trama y sumergirse en la embriaguez que contagian las actrices y actores, con un texto que hace apología de una vida artística libre frente al corsé ceñidísimo que supone la monotonía de una vida matrimonial convencional. La pieza es un clásico con alta teatralidad, un baño de nostalgia que sirve, entre otras muchas cosas, para evocar la vida de los cómicos antiguos y reconocer la envidia que nos produce la juventud. La dirección fue, si mal no recuerdo, de Joaquín Amores. La misma ESAD ofreció un día después, ya en la sala Alejandro Casona, una adaptación de Eladio de Pablo de La Regenta, de Clarín. Piececita con fines didácticos que arrancó muy bien en su intención de síntesis para contarnos en una hora los principales temas y personajes de la novela, pero que se precipitó paulatinamente por los derroteros de la exageración y los estereotipos a medida que se incluían parrafadas de Calderón y Zorrilla, se desplegaban simbologías cruzadas, Fermín de Pas se volvía más cuervo mefistofélico en cada movimiento, Don Álvaro un tarambana demasiado pelele, Víctor Quintanar un alucinado y Anita Ozores una niña mala reivindicativa que rompe la cuarta pared para pedirle cuentas al autor en un controvertido cierre metateatral. Teatro pues, más farsesco que realista, que hace de su planteamiento crítico sobre la novela una lectura demasiado unidireccional, a pesar de los golpes de timón en introspección de formas y maneras de contar. Aunque estuvo muy bien interpretada por los alumnos participantes y fue muy aplaudida por un público joven.
El 27 de mayo Manuel Badás mostró en el Jovellanos Folías, un espectáculo producido por Factoría Norte. Es posible que la creación de esta pieza tuviera su origen en la Laboral, cuando Manu consiguió un espacio de apoyo a la investigación en calidad de “residente”, en una modalidad práctica que formaba parte del proyecto artístico del inefable Mateo Feijóo. Excuso decir que Manuel Badás tiene, pese a su juventud, una buena formación en grupos y escuelas, nacionales e internacionales. Así que me ahorraré palabras sobre su vasta trayectoria curricular. Él es el responsable de la creación de Folías y forma parte, al lado de Andrea Lebeña y Miguel Quiroga, del excelente trío de bailarines que la ejecutan. Una geométrica disposición de botellas por el suelo y una buena iluminación, conformaron el espacio escénico. La intensidad de las coreografías y su contundente realización hizo el resto que se necesita para lograr un resultado coherente. El público, que permaneció expectante de todo cuanto acontecía, se rindió al ímpetu de los encadenados y a la fuerza envolvente. La danza difiere del teatro en que casi nunca engaña. La disposición en que la expresión física se manifiesta, salta a la vista al primer instante y se hace reconocible para el común de los mortales. Aunque no he visto todos los espectáculos de Badás, tengo para mí que Folías es su mejor carta de presentación.
El teatro de Villaviciosa ofreció a los maliayos el 2 julio De locos, payasos y poetas. Con dirección de Andrés P. Dwyer desde su Paraninfo 58. Los textos breves, brevísimos —parece ser que muy celebrados, aunque confieso que no los conocía—, son de Javier Tomeo, sacados de sus Historias mínimas. Son ráfagas de cabaret, esbozos muy exiguos, micro cuadros para café teatro, que así presentados requieren para el pleno disfrute de una proximidad y distensión que un teatro a la italiana o convencional, por su amplitud, no les da. Quizá por eso uno tiene la sensación de que De locos… hubiera reafirmado su naturaleza en otro espacio. Algunos de estos “suspiros”, con su absurdo, su humor, su metafísica y su extravagancia, nos recuerdan a Brossa o a Karl Valentin, aunque los gags de este último sean ya un clásico. No todos los cuadros tienen igual intensidad, evidentemente, y unos nos parecen más atractivos que otros. El nexo y unidad de montaje nos lo da la iluminación expresionista, cinco cubos practicables en un escenario vacío, el vestuario compuesto por unas fundas verdes de obrero que visualmente empobrece un poco el conjunto —muy en la línea del teatro de grupo independiente de los años setenta—, y la sólida labor de los intérpretes: Jorge Moreno, Juan Blanco, Lautaro Borghi, Pablo González y Paula Moya.
Casi en la misma línea cabaretera, aunque con estética y temática bien distinta, nos sorprendió el 21 del mismo mes La Cuervo, en el escenario al aire libre que Cajastur habilita en Gijón para el verano, con Mara Plau vs. Lola Padilla. Bajo la dirección de Borja Roces y con Ana Morán y Olga Cuervo como intérpretes. La pieza es una performance triste sobre la vida de las actrices secundarias, fracasadas, las que jamás llegan a cabeza de cartel y se pasan los días dándolo todo para alcanzar tan poco. Es un homenaje a la profesión, un viaje a ninguna parte sustentado por dos actrices payasas que hacen un poco de todo. Hay música variada, gaita y tambor, mejicanadas que sirven para crear ambiente y pasar el rato, coreografías grotescas y cuadros con movimientos anómalos, desenfadados. Pero lo que empieza deslavazado y de cualquier manera acaba tomando forma y consiguiendo fondo. El homenaje a la vida maltrecha de los comediantes cuaja en la sensibilidad del espectador, que escucha y mira la performance como el testimonio biográfico de las intérpretes. El punto álgido de humor lo consigue Olga Cuervo parodiando a Lina Morgan y a Gila. Que junto a su pareja, Ana Morán, nos hacen pasar un buen rato con esta balada triste de artista que se construye con poéticas enclavadas ya en el siglo XXI.
Pero si hay que hablar de performance en Asturias no puede faltar José Rico, que puso su granito como innovador en esta disciplina allá por mediados los años ochenta, mucho antes de que Paco Cao y algunos otros hicieran carrera. El azar y la casualidad quiso que el 4 de agosto pudiera ver en la cervecería El Cafetón de Avilés, en sesión nocturna, tras presenciar en el Palacio Valdés un ensayo de Venecia bajo la nieve, una performance sobre Dalí explicando a Picasso y el Guernica. El parecido con Dalí que José Rico consigue a través del vestuario y un bigote postizo le da al personaje un tono paródico muy antiguo. Como de señorito cacique, decimonónico. Y la explicación que realiza ante una fotocopia del Guernica clavada en una pizarra está sacada del anecdotario del ampurdanés. Frases con más o menos ingenio, conocidas, que conviene recordar. Al igual que lo que dice sobre el cuadro y su lectura psicoanalítica, o en su parecido con un belén (que ya habíamos leído en un espléndido artículo largo de Pablo Huerga, donde sostiene que el Guernica es un belén reventado por las bombas). En fin, chismes que no le vienen mal al humor que solicita la velada. Aunque el que verdaderamente está inigualable y en su salsa es el propio Rico, que está más Rico que nunca: es el Rico auténtico que se lanza al ruedo con cuatro frases medio aprendidas y sin ensayos; el improvisador que tiene una chuleta que mira al descubierto para soltar lo que tiene que decir y considera más importante. ¡Cuánta afición, cuánta obsesión y cuánta locura! Pero se trata de una performance y todo está en orden. Nada desentona. Y disfrutamos.
José Rico es un caso aparte en el teatro asturiano. Para entenderlo hay que aplicarse en la reversibilidad psicológica de los deseos manifestados. Si dice que va a dejar el teatro es probable que escriba un texto. Y si dice que lo va a dejar definitivamente (al igual que anuncian muchos fumadores), entonces hace una performance, vuelve a montar un Ricardo III para contraprogramar al de Kevin Spacey y escribe otra obra, Otro día cualquiera, que se acaba de estrenar el 9 de diciembre. Pero de sus últimos trabajos nada más diré. Pedro Lanza lo hace en este mismo número de forma detallada.
Otro de los géneros que en Asturias todavía está en fase embrionaria y por experimentar es el nuevo teatro cómico, el que utiliza espacios entre la revista y el cabaret para grandes audiencias. Marga Llano lo intentó con dos buenos actores como protagonistas, Pedro Durán y Alberto Rodríguez, que gozan del prestigio que les dio su paso por la TPA. Y consiguió un excelente resultado. El espectáculo, coproducido por Escenapache y Ambigú Media Broadcast, lleva por título Ye más caro quedar en casa. Se estrenó en la Laboral y pasó por el Teatro Filarmónica de Oviedo el 22 de septiembre, aprovechando los festejos de San Mateo. Ye más caro quedar en casa es un show inclasificable. Algunos llaman “costumbrismo punk” a este híbrido de irreverencia, asturianía y humor. Y, en efecto, tienen gracia y coña suficiente para ajustarse a la explosión del epíteto. Son originales, ingeniosos, chispeantes y cachondos. Con una sorna, versatilidad y salidas de tono comparable a la de los mejores showman. Para que se hagan una idea les diré que es un cóctel que lleva un poco de Jerónimo Granda, del Club de la Comedia, de bufonadas surrealistas, parodias al culebrón venezolano y alguna que otra astracanada escatológica. No tiene precedentes en Asturias (tampoco en España, por lo que le toca de asturianía y llingua) y revienta todos los tópicos bienpensantes con los sketchs dramatizados sobre identidades. Los juegos y chistes sobre el asturiano y el cazurro hacen la delicia del espectador, al igual que ocurría en El Molino de Barcelona o en Els Joglars con el catalán y el típico payo hispano. Alberto y Pedro, como indiscutibles maestros de ceremonia, son excelentes. Aunque quizá las dos horas largas de duración sean excesivas. Y a uno también le gustaría que la luz tuviera más fuerza y color, y las canciones y la música más peso. Pero así y todo el espectáculo, que está arropado por una mini banda capitaneada por Rafa Kas, actores travestidos, y un ballet de jovencitas para los números corales, es único. Yo he tenido la suerte de verlo en el segundo pase con el teatro hasta la bandera y puedo decirles que este nuevo modelo de teatro popular funciona.
El Callejón del Gato estrenó Macbeth, de Shakespeare, en el Jovellanos, el 28 de septiembre. La dirección corrió de la mano de Moisés González y el coliseo consiguió una buena entrada. Tiene El Callejón del Gato en esta pieza su teatro más ceremonial. Todo cuanto se nos presenta lleva un tratamiento expositivo, cadencioso, hierático. Quizá demasiado. Y quizá por lo mismo se nos antoja una propuesta de sesgo muy operístico, como para ser cantada. La dramaturgia ha recortado tanto el texto original que apenas se conservan las nervaduras de la trama. Se podría decir que estamos, argumentalmente hablando, al borde de la deconstrucción. Y que el espectador que sigue la pieza sin mayores problemas es porque se conoce los pormenores de la fábula. Aunque esto no es nuevo. Ocurre algunas veces. El teatro que requiere de un espectador iniciado, culto, existe desde el origen mismo del teatro. Ana Eva y Javier Expósito, los principales médiums protagonistas por donde se cuentan y reencarnan los magnicidios —Juanjo Díez hace el complemento épico—, sostienen de principio a fin una modulación tan precisa y estancada como los movimientos que efectúan, que van en sintonía con la tónica general de la propuesta. Pero la pieza también tiene sus momentos de oasis, de teatrillo de manipulación de objetos por donde respira y toma aliento el espectador. Además del atrezo y la escenografía, que nos maravilla y extraña porque está construida con auténticos instrumentos de sastrería clásica. Con tanto mimo y cuidado como es propio en El Callejón. Y además está la percusión de Marino Villa, en vivo, que es uno de los componentes más sugestivos que nos acompaña durante todo el trayecto, porque realza el trabajo y le da un aire que nos remite al teatro oriental más tradicional.
Teatro Margen estrenó el 7 de octubre en el Palacio Valdés la pieza de Ionesco Delirio a dúo, con un título que es más dulce y bello que el original, Délire à deux, mucho más seco. Aunque el subtítulo …À tant qu´on veut parece exigir la literalidad (en fín, perdóneseme la afectación). La creciente e imparable importancia de Ionesco se constata en la medida en que sus piezas forman parte del repertorio internacional. Si apenas hace un año que Margen estrenó a Arrabal en este mismo teatro, ahora hace lo propio con Ionesco, su amigo tan querido. Dos autores que, al lado de Samuel Beckett, formaron el triunvirato de autores afrancesados (sin nacer en Francia) más representado en España durante muchos años. Y ahora vuelve esta pieza —que también hemos visto montada en un taller de la ESAD hace algún tiempo— con una escenografía sencilla y práctica. Impuesta por el hándicap insuperable que supone, para una compañía modesta, la construcción de una habitación cuyas paredes tienen que saltar en mil pedazos, abatidas por la guerra. Así que sobre una plataforma de un palmo de altura hay una cama y una ventana tumbada en perspectiva. Y nos es suficiente. La acción muestra a una pareja en disputa conyugal, que es trasunto de la revuelta que está ocurriendo en el exterior, y que a su vez acabará invadiendo la habitación. Arturo Castro, como director adaptador, para acercar más todo esto a nuestra vida cotidiana, ha tenido el acierto de añadir un televisor con spots, imágenes violentas de los informativos, manifestaciones de los indignados, fragmentos cinematográficos y otras iconografías del presente. Que no molestan, sino que se acoplan y encajan como un elemento más en las simpáticas y consuetudinarias riñas de estos personajes. Muy bien interpretados, por cierto, por Ángeles Arenas y José Antonio Lobato. Que lo hacen con la sobriedad y solvencia a que nos tienen acostumbrados.
El teatro en llingua asturiana no podía perder en los grupos profesionales su cuota de presencia, y Nun Tris consigue con El criáu de dos amos de Goldoni, y un gran elenco de intérpretes, darle un buen impulso el 26 de octubre en el Jovellanos. La traducción, muy inteligente, es de Lluís Portal, que aprovecha las variantes del oriente y el occidente para remarcar la procedencia de los personajes según sus acentos, que son múltiples porque incluye localismos. Y con Goldoni encajan como anillo al dedo. La adaptación cambia también los topónimos y nombres propios del original por Avilés, Candás, Tarabicu o Calzón de Bisuyu, entre otros muchos. Y otro tanto ocurre con el vestuario, que es el de faena o señorial dieciochesco, del país, pero que, en definitiva, viste convenientemente a los muñecos del retablo. Imma Rodríguez, responsable del conjunto en su labor de directora, con el apoyo técnico de Moisés González para la construcción de los personajes, ha sabido armar con claves tradicionales de la Comedia del Arte, de una manera sencilla y con buen ritmo, los tipos y arquetipos tan reconocidos. Doce intérpretes donde se incluyen los nombres de Rodrigo Alba, Izar Gayo, Lara Herrero… y Chili Montes, que sobresale por la dulzura de su voz y canto. En el intermedio, en un punto de inflexión previsto para el refresco de los actores, hasta escanciaron unas botellas de sidra sin perder el personaje.
Aunque no entiendo nada de teatro para niños no me resisto a cerrar este informe sin reseñar En construcción, la piececita que Merche Mateo y Cristina E. Pérez representaron el 19 de noviembre con su compañía Tándem Escena en el ciclo de Cajastur, en Gijón. Teatro infantil con un planteamiento tan sencillo como cándido. Quizá como no podía ser menos, pues va dirigida a los muy peques (aunque yo prefiero más la gamberrada). El espacio y los personajes se visten y desenvuelven con naturalidad en colores a lo Ágata Ruíz de la Prada (en realidad fue ella quien se inspiró en los tonos parchís de las guarderías y las ilustraciones). El tema es el juego entre la realidad y la ensoñación que se traen dos niñas que viven en la basura al quedar sin vivienda, Mía y Suki, y que van solventando porque con el reciclaje consiguen solucionar las necesidades más urgentes y construir una casa, un árbol y un jardín. Es pieza didáctica bienintencionada, un tanto naif, con un planteamiento edulcorado que lleva en el insconciente un troyano instructor acerca de la recogida selectiva de basura.
Y por fin, el fin. Espero que con este “plano secuencia” o “barrido” a la cartelera puedan hacerse una idea ajustada de lo poliédrico y heterogéneo que es el teatro asturiano. Aún faltan por reseñar muchas otras compañías y novedades. No se piense el sufrido lector que hemos terminado. Lo que ocurre es que ni yo soy omnipresente ni quiero acabar con su paciencia. Esperemos que la crisis no nos golpee demasiado.